domingo, 11 de enero de 2015

Asturias Mágica (III). Playas y sierra.



Día 3.

Viernes 27 Junio 2014.



De Ribadesella a Llanes. 
Playas, y vuelta por la Sierra de Ordiales.  (120 Km).

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A veces viajar sin destino trazado de antemano y con los puntos importantes señalados en el mapa, pude parecer una pequeña locura, pero en nuestro caso hemos conseguido guiarnos por el instinto y eso nos ha dado la posibilidad de encontrar lugares maravillosos. 

Así pues el día comenzó rumbo a Ribadesella para a partir de ahí comenzar un recorrido por la costa cantábrica que nos llevaría hasta la localidad de Llanes. Para ello tomamos la N-625 hasta Arriondas donde cambiamos a la N-624 para una vez con el Rio Sella de compañero llegar hasta Ribadesella (6.097 hab. 43º26N/05º05W)

Ribadesella
Una vez en la pequeña localidad costera paseamos por sus bonitas calles del centro y compramos algunos recuerdos. No cayendo en la tentación de gastar ni un euro en la famosa pastelería donde se inventaron las leticias. 

Eso sí, disfrutamos de su bonita arquitectura y de su tentador escaparate.
Luego tomamos la AS-263 para comenzar nuestra búsqueda de playas extraordinarias. Y fue en la localidad de Belmonte donde dejamos la vía que traíamos para incorporarnos a una carreterita que nos llevaría hasta la Playa de Guadamía, pero pasando por alto el acceso a la playa seguimos por un camino de tierra hasta el acantilado de los Bufones de Pria.
El camino se iba complicando pero tras maniobrar entre los baches y dejar la ranche a escasos metros del acantilado nos bajamos para deleitarnos con las vista y con las chimenea que conectan el mar con una superficie llena de piedras, algo de arena y líquenes.

Acantilado Bufones de Pria
Al parecer cuando golpea el temporal el agua sube por las chimeneas dando al acantilado un decorado inigualable.

Y allí nos encontrábamos Carmen y yo, nuevamente entre la inmensidad de la naturaleza, sintiéndonos extraños y por supuesto unos privilegiados.
A la vuelta, ahora sí, y tras nuevamente bachear por el camino de tierra, nos acercamos a la Playa de Guadamía, que parece escondida en la desembocadura del rio que lleva el mismo nombre y entre dos paredes de acantilados que dota el lugar de un singular toque paradisiaco.


Playa de Guadamía.

Otra vez por la AS-263 seguimos vehiculando hasta llegar a la localidad de Nueva, donde nuevamente tomamos una carreterita dirección a la costa, hasta dar con la Playa de Cuevas del Mar. En ella pequeños acantilados enrevesados y una arena maltrecha por los temporales hacían de la desembocadura del Rio Nueva otro lugar particular.

Playa de Cuevas del Mar

A escasos metros de la playa tomamos un refrigerio en un chiringuito, mientras disfrutábamos del entorno.
El día continuaba nublado y amenazante de lluvia, y a nuestra llegada a Llanes, las amenazas de lluvia se convertían en realidad. 
Llanes (13.572 hab. 43º25N/04º45W) nos recibió como digo con agua y quizás eso tiñó de un tono melancólico nuestro trastear por sus calles.

Melancolía que desapareció pronto, cuando en el Mescolanza pudimos disfrutar de las famosas fabes, en sus dos variedades más comunes, con almejas y con compango. 
Luego y de la mano de Mónica (nuestra guía particular) conocimos algo más de la historia de la villa, de sus orígenes y de sus pescadores de ballenas que eran auténticos héroes en siglos pasados. También visitamos la rula o lonja y pudimos presenciar la subasta del día.

Dejamos atrás Llanes con fuerte aguacero, que no era obstáculo para continuar con nuestra ruta, que ahora nos llevaría nuevamente por la AS-263, hasta la Playa de Barro, en el municipio de Niembru, donde hicimos una paradita para disfrutar de las vistas. Pero el autentico disfrute llegó en  Naves (180 hab. 43º33N/05º78W). Por sus estrechas y empinadas calles vehiculamos sin saber muy bien si estábamos en nuestro destino, hasta que tras abandonar el pueblo y seguir por una carreterita dimos con el mirador. 

Playa de Barru

Desde el mismo una inmensidad se  abría ante nuestros ojos, a un lado la Playa de Torimbia y al otro la de San Antolín o Bedón (como la llaman los lugareños). Enfundados con nuestros trajes de agua caminamos durante un ratito por la senda que baja hasta las maravillosas arenas de la Playa de San Antolín, luego hicimos lo propio por otra que llegaba hasta el mismo extremo del Cabo. Las sensaciones vividas son difícilmente explicables.

Playa de San Antolín

Playa de Torimbía         

Y como aún queríamos más decidimos volver hasta Cangas de Onil por el interior, así en Nueva tomamos AS-340 hasta Riensena, donde continuamos por la AS-339, hasta Corao, a cinco kilómetros de Cangas. El trayecto como no pudo ser de otra manera estuvo plagado de sensaciones, la lluvia aparecía y desparecía de forma aleatoria, las vista de la Sierra de Ordiales, que íbamos bordeando, nos dejaban una sensación acojonante por momento. Los fuertes terraplenes, la oscuridad de la noche que se acercaba de forma rápida y el poco gasoil que llevábamos, o lo inhabitado del lugar, eran alicientes suficientes para tener un sentimiento de disfrute y algo de acojone de forma por igual. Pero el magnífico paraje por el que transitábamos bien valió la pena. Eso sí, con el consiguiente susto que supuso una paradita en Igena, para estirar las piernas e  inmortalizar el lugar. Como digo allí bajamos y a los pies de una pequeña casita con su hórreo correspondiente, un par de grandes perros cabezones nos radiografiaron sin apenas mover sus cuerpos tendidos.

Sierra de Ordiales 

Pero todo cambió cuando una vez en la ranche Carmela metió primera, en ese mismo instante los dos canes se abalanzaron hacia la ventanilla de la ranche (que estaba bajada) intentando morder a Carmen que aceleró en primera a la vez que pegaba su cabeza entre el volante y mi hombro. La ranche parecía reventar y la cara de mi conductora particular cobró un rictus de acojone mayúsculo durante el escaso minuto que duró el acoso canino.

Todo volvió a la normalidad en nuestro campamento base, donde tras darnos una duchita nos dejamos embaucar nuevamente por un solomillo de ternera en el Restaurante Doña Manuela, que nos supo a gloria.








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